Francisco de Aldana. Poemas

Aldana, Francisco de

 

¿Cuál es la causa, mi Damón, que estando

Tanto el nombre de Damón, como el de Filis, son apelativos poéticos que representan a los amantes en general. Este soneto dramatiza un diálogo entre ellos: la mujer pregunta en los cuartetos y el hombre le responde en los terceto.

 

¿Cuál es la causa, mi Damón, que estando

en la lucha de amor juntos trabados

con lenguas, brazos, pies y encadenados

cual vid que entre el jazmín se va enredando

 

y que el vital aliento ambos tomando

en nuestros labios, de chupar cansados,

en medio a tanto bien somos forzados

llorar y suspirar de cuando en cuando?»

 

Amor, mi Filis bella, que allá dentro

nuestras almas juntó, quiere en su fragua

los cuerpos ajuntar también tan fuerte

 

que no pudiendo, como esponja el agua,

pasar del alma al dulce amado centro,

llora el velo mortal su avara suerte[1]».

 

El ímpetu crüel de mi destino

En este soneto, Aldana anhela la muerte. Ya no estamos en el renacimiento, el mundo se empieza a convertir en algo desagradable y enemigo y la muerte se presenta como liberadora, sobre todo si ello supone encontrarse con algún querido amigo. Es destacable la gradación del último verso que no nos cuesta identificar con otros poemas de la época.

 

El ímpetu crüel de mi destino

¡cómo me arroja miserablemente

de tierra en tierra, de una en otra gente,

cerrando a mi quietud siempre el camino!

 

¡Oh, si tras tanto mal grave y contino,

roto su velo mísero y doliente,

el alma, con un vuelo diligente,

volviese a la región de donde vino!

Iríame por el cielo en compañía

del alma de algún caro y dulce amigo,

con quien hice común acá mi suerte.

 

¡Oh, qué montón de cosas le diría,

cuáles y cuántas, sin temer castigo

de fortuna, de amor, de tiempo y muerte!

 

En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,

En este soneto el autor muestra su desilusión tras los afanes del mundo y plantea como única solución el encerramiento en sí mismo como respuesta al desaliento hallado. Es una actitud estoica que se desarrollará posteriormente en otros autores como Quevedo.

 

En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,

tras tanto varïar vida y destino,

tras tanto de uno en otro desatino,

pensar todo apretar, nada cogiendo;

 

tras tanto acá y allá, yendo y viniendo

cual sin aliento, inútil peregrino;

¡oh Dios!, tras tanto error del buen camino

yo mismo de mi mal ministro siendo,

 

hallo, en fin, que ser muerto en la memoria

del mundo es lo mejor que en él se asconde,

pues es la paga dél muerte y olvido;

 

y en un rincón vivir con la vitoria

de sí, puesto el querer tan sólo adonde

es premio el mismo Dios de lo servido.

 

 

Mil veces callo, que romper deseo

Este poema, con la angustia que encierra, parece más propio del barroco que de la época en la que se escribió. Los versos se encabalgan y retuercen hasta llegar al último terceto que se caracteriza por las pausas. Nótese el arranque del segundo cuarteto, con un verso enfático (acentos en primera y sexta, que realzan la rapidez del pensamiento). El léxico ha ido acumulando significados negativos. “mortal, dolor, lloroso, maldición, inconsolable…

 

Mil veces callo, que romper deseo

el cielo a gritos, y otras tantas tiento[2]

dar a mi lengua voz y movimiento,

que en silencio mortal yacer la veo.

 

Anda cual velocísimo correo

por dentro el alma el suelto pensamiento,

con alto, y de dolor, lloroso acento,

casi en sombra de muerte un nuevo Orfeo.

 

No halla la memoria o la esperanza

rastro de imagen dulce y deleitable

con que la voluntad viva segura.

 

Cuanto en mí hallo es maldición que alcanza,

muerte que tarda, llanto inconsolable,

desdén del cielo, error de la ventura.

 

 

Mil veces digo, entre los brazos puesto

 

Mil veces digo, entre los brazos puesto

de Galatea, que es más que el sol hermosa;

luego ella, en dulce vista desdeñosa,

me dice: «Tirsis mío, no digas eso».

 

Yo lo quiero jurar, y ella de presto,

toda encendida de un color de rosa,

con un beso me impide y, presurosa,

busca tapar mi boca con un gesto.

 

Hágole blanda fuerza por soltarme,

y ella me aprieta más y dice luego:

«No lo jures, mi bien, que yo te creo».

 

Con esto, de tal fuerza a encadenarme

viene que Amor, presente al dulce juego,

hace suplir con obras mi deseo.

 

Reconocimiento de la vanidad del mundo.

Este soneto, a pesar de su aspecto barroco, ofrece una salida ascética: el ideal de vida retirada que también desarrolla Fray Luis. Destacar la utilización del lenguaje coloquial para tratar un tema serio.

 

En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,

tras tanto varïar vida y destino,

tras tanto de uno en otro desatino,

pensar todo apretar, nada cogiendo;

 

tras tanto acá y allá, yendo y viniendo

cual sin aliento, inútil peregrino;

¡oh Dios!, tras tanto error del buen camino

yo mismo de mi mal ministro[3] siendo,

 

hallo, en fin, que ser muerto en la memoria

del mundo es lo mejor que en él se asconde,

pues es la paga dél muerte y olvido;

 

y en un rincón vivir con la vitoria

de sí, puesto el querer tan sólo adonde

es premio el mismo Dios de lo servido.

[1] Los cuerpos (velo mortal) abocados inexorablemente a la muerte (avara suerte que no deja a nadie con vida) impide la fusión en un único cuerpo de los amantes (esta solo se produce en las almas). Es la imposibilidad del amor material.

[2] Intento

[3] Administración.

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